miércoles, 25 de junio de 2008

Recuerdos

El otro día, en el trabajo, hablando con una compañera que es un mes más vieja que yo, estuvimos hablando de nuestra infancia. De cómo vivíamos, de las cosas de la tele y de lo que hacíamos para divertirnos.
Empezamos a pensar en series de nuestra niñez y nos salieron muchísimas. La primera que nos vino a la cabeza, no sé por qué, fue Verano Azul, Comando G, Érase una vez..., Mazinger Z, La vuelta al mundo de Willy Fog, Barrio Sésamo (con la Gallina Caponata y Perezgil), Candy Candy, creo que fue la primera telenovela (no sudamericana) que vi, Los Payasos de la Tele, David el gnomo, Los Pitufos, La abeja Maya, El bosque de Tallac (Jacky y Nuca) y como no las archiconocidas Heidi y Marco. Seguro que me dejo muchas, pero tampoco me quiero alargar demasiado.
Son series que marcaron una época, quizás a los niños de hoy en día les pones esas series y se aburren como ostras, pero nosotros no teníamos otra cosa para ver.
No teníamos ordenadores, ni consolas, ni ninguna otra cosa con la que divertirnos en casa, tal vez algún álbum de cromos, que el último cromo y más difícil de encontrar nunca aparecía, o algún libro de Los Cinco.
Teníamos una bici que compartíamos con nuestros hermanos, y en verano cuando no había "cole" estábamos todo el día en la calle, pringándonos de tierra y barro, corriendo de un lado para otro y nuestro más preciado objeto era una balón, una pelota, una comba, un hula hop o simplemente un elástico comprado en una mercería que costaba 25 pesetas, y con el que se nos pasaban las horas muertas jugando a saltarlo y hacer mil cosas raras. Los yoyós estuvieron de moda un tiempo, y si nos dejaban una tiza o un trozo de escayola, en el suelo hacíamos maravillas. El marro, los nombres y un montón de juegos más.
Nuestras madres nos daban cinco duros para comprarnos chuches, y nos daba para un bolsón de dulces que nos llegábamos a poner malos de la barriga.
Compartíamos todo, los helados, los "flases", los chupa chups, y hasta los chicles.
Llegábamos a casa (las que éramos más traviesas) cada día con una herida de guerra nueva. Pero mamá ponía un poco de alcohol, soplaba porque escocía y luego todo bien pringado de mercromina. Y al día siguiente a fardar con los amiguitos de herida.
Recuerdo que cuando mi madre compraba un bote de Praline (porque para la nocilla no llegaba) era fiesta, y bajabas a la calle a jugar con tu reluciente bocadillo de sucedáneo de nocilla, pero eso sólo lo sabía yo.
Fue una época preciosa, la imaginación te hacía descubrir juegos nuevos y nunca había lugar para el aburrimiento.
Te peleabas con tu mejor amiga y la discusión era a ver quién tenía el padre más fuerte o más poderoso. "Pues mi padre es policía y vendrá y le pegará un tiro al tuyo con su pistola", "Pues, pues, pues el mío es soldador y con el soplete derretirá la pistola de tu padre y luego lo derretirá a él", qué ingenuas éramos.

En fin, que no me quería alargar mucho y lo estoy haciendo. Podría pegarme horas hablando de mi feliz infancia, pero no puedo ya que tengo cosas que hacer. Es lo que tiene hacerse adulto.

Hasta otra.

1 comentario:

Dani dijo...

A mi hija le encanta Heidi y todas las mañanas la ve mientras desayuna.